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Una mañana del mes de mayo, un robusto muchacho que prestaba sus servicios como mandadero en una hacienda al Norte de la Villa, estuvo en misa, en la ermita de la “Divina Pastora”. El joven quedó prendado de una linda muchacha, hija del sereno de la Villa. Entusiasmado, por los encantos de la joven, no prestaba asuntos a sus obligaciones y servía mal en sus faenas del campo.
De tarde, cuando el sol se ocultaba, el muchacho recogía algunas flores silvestre y se encaminaba a la Villa, para dárselas al ídolo de su amor. La muchacha se llamaba Esperanza, era una moza, alta y robusta, de negros ojos. No dio Esperanza entrada al amor del muchacho, y si aceptaba las flores y las múltiples demostraciones de amor, era por amistad.