Nuestra Región
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    Una mañana del mes de mayo, un robusto muchacho que prestaba sus servicios como mandadero en una hacienda al Norte de la Villa, estuvo en misa, en la ermita de la “Divina Pastora”. El joven quedó prendado de una linda muchacha, hija del sereno de la Villa. Entusiasmado, por los encantos de la joven,  no prestaba asuntos a sus obligaciones y servía mal en sus faenas del campo.

    De tarde, cuando el sol se ocultaba, el muchacho recogía algunas flores silvestre y se encaminaba a la Villa, para dárselas al ídolo de su amor. La muchacha se llamaba Esperanza, era una moza, alta y robusta, de negros ojos. No dio Esperanza entrada al amor del muchacho, y si aceptaba las flores y las múltiples demostraciones de amor, era por amistad.

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    No hubo en nuestros campos, en épocas pasadas, un lugar que no tuviera un «güije», siempre que existiera un río con una poza profunda, rodeado de yamaguas, cañas bravas o esbeltas macaguas; propicia para la vida apacible y huidiza de estos seres mitad pájaros, mitad cuadrúpedos, creados por la fantasía popular, que los circunscribió a la vasta región que va de Las Villas a Oriente, ya que no hay noticias de que hayan existido en las provincias occidentales.

    Eminente autoridades de nuestro folklore, han tratado el tema, el origen del «negrito duende», que parece ser africano o de que el güije fue creado por la imaginación india y de ahí que lo llamen fantasma de África y ciudadano de Cuba.

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